Hace ya más de una década que los hermanos Wachowsky inauguraban con "The Matrix" (Matrix, 1999) un período en su filmografía de marcada e inequívoca estética leatherista paramilitar y premisa argumental de connotaciones cuasiexistencialistas según la cual bajo lo que entendemos por realidad, se libra una guerra encarnizada, una suerte de fluctuación entre lo neobarroco trascendental y el cibergoticismo shoot´em up. Estilo que se fragua a lo largo de la trilogía Matrix culminando y perfilando sus rasgos definitivos en "V for Vendetta" (V de vendetta, 2005) donde ya delegaban las tareas de dirección, para después abandonarlo, por lo menos hasta la fecha, en el incomprendido alegato a propósito de la integridad aplicada a la independencia creativa que entraña "Speed Racer" (2008), incomprendido con razón por la paradoja inherente que implica al tratarse de una superproducción.
Matrix no solo supuso un punto de inflexión en la carrera de sus creadores, sino que también, al representar uno de los últimos fenómenos cinematográficos de masas en la era predescargas, creó un cambio en la percepción que tienen los productores de lo que puede arrastrar a la gente al cine, con lo que, lo que era un estilo dentro de una etapa de la filmografía de cierto autor acabó convirtiéndose en un subgénero con sus respectivos subproductos, subproductos que florecen aun hoy en nuestros días. Un claro ejemplo de ello es "Underworld: Awakening" (Underworld 4: El despertar 2012) que, al igual que todos los títulos que forman parte de la, hasta ahora trilogía, a partir de ahora saga (en el sentido más genealógico de la palabra), se evidencia como clara deudora de los filmes previamente mencionados hasta el punto del calco puro. En este caso la denuncia política de profundidad liviana se queda en una simple emulación en el terreno de lo fantástico del Holocausto, reducida a servir de fondo a los títulos de crédito iniciales, un alegato superficial pero visualmente impactante en la línea del que, algunos quisieron considerar inteligentemente premeditado, vemos en la escena de apertura de "Dawn of the dead" (Amanecer de los muertos, 2004).
A partir de este punto uno no puede negar la capacidad de sus autores de epatar al público con un imparable y frenético sin fin de acrobacias, tiroteos, desmembramientos y explosiones, incluso demostrando cierto talento en momentos puntuales (talento que podría emanar en realidad de la segunda unidad), y personalmente siento predilección por su decisión de primar efectos especiales prácticos sobre digitales, algo inusual en nuestros días. Pero a pesar de la pericia y meticulosa dedicación que pueda caracterizar a todos los profesionales involucrados en esta holgada producción, desde el más insignificante al más representativo, no se puede ocultar la evidencia de que esencialmente solo se trata de otro impersonal subproducto más que añadir a una ya larga lista. Y más que vendrán.
Publicado en Cinecritico
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