Vuelven los Teleñecos, y esta vez en el sentido más metatextual de la palabra, ya que, en su nueva aventura se verán obligados a reunirse tras años de separación con la intención de salvaguardar su identidad, no solo pretérita, sino también presente y sobre todo corporativa. Si la tónica habitual en sus últimos filmes era la de inscribirse en entornos que en principio les resultan ajenos (el espacio, la Navidad…), esta vez juegan a ser estrellas venidas a menos obligadas a romper la dispersión del grupo y volver a sus orígenes con el fan incondicional como catalizador. Y es que la propia obra se construye sobre un cierto fanatismo muppet encarnado en uno de sus guionistas y protagonistas, Jason Segel, quien ya demostrara sus tendencia titiritera y adoración concreta por los Muppets en la comedia "Forgetting Sarah Marshall" (Paso de tí, 2008) dirigida por Nicholas Stoller, coguionista en esta ocasión.
Es evidente el conocimiento histórico de los personajes, así como, de las habituales herramientas y de los mensajes imperantes en el universo que suponen los Teleñecos por parte de los escritores en esta ocasión. El propio "The Muppet Show" (1976–1981) y sus continuaciones catódicas nacen como una crítica no tan velada al show bussines, mostrando lo que ocurre off stage, tras las bambalinas, el lado oscuro del espectáculo; y al star system, que decir del hecho de que semanalmente equiparen de forma física, y probablemente simbólica, a una estrella de moda con un montón de marionetas. Esta línea es explotada de forma deliciosa hasta el punto de verbalizar literalmente la deshumanización del famoso, contenidos auténticamente subversivos. Una subversión que, evidentemente, debe ser entendida en el contexto infantil de la obra, no hablamos del obvio exceso hedonista de "Meet the Feebles" (El delirante mundo de los Feebles, 1989), sino de ese halo de subversión que siempre acompañó a Jim Henson como creador desde sus cortometrajes, como el nominado al Oscar® "Time Piece" (1965), pasando por sus primeras obras experimentales para televisión, como el documental "Youth 68: Everything's Changing... or Maybe It Isn't" (1968) o "The Cube" (1969), más que probable inspiración de Vincenzo Natali, hasta sus contenidos más infantiles como los propios Muppets, "The Dark Crystal" (Cristal Oscuro, 1982), "Labyrinth" (Dentro del Laberinto, 1986) o "The Storyteller" (El Cuentacuentos, 1988).
En la propia The Cube algunos de los elementos más subversisvos nacían como números musicales que pervierten su codificación como instantes de alegría irreal, otro de los sellos inequívocos de este universo, algo que también se manifiesta en esta obra, alcanzando su esplendor en un evidente fuck you cacareado, evidente por conocido y repetido, o una mortalmente afilada versión de Nirvana. No en vano James Bobin, director de la película, es uno de los cocreadores, junto al duo musical que la protagoniza, de la serie "The Flight of the Conchords" (Los Conchords, 2007) un fenómeno musical políticamente incorrecto más allá de lo estrictamente televisivo. A esto añadir otra señal inequívoca de la casa Henson, tratar a los pequeños como seres inteligentes, algo que de nuevo se manifiesta verbal y evidentemente, reduciendo el alegato al eslogan, un mensaje directo y sencillo que un adulto pueda entender, los niños son inteligentes. Y es que puede que esto suponga lo más subversivo de la película, ya que, desgraciadamente muchos adultos creen que tratar a los niños como personas inteligentes es tratarles a ellos como idiotas.
Publicado en Cinecritico
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