Enfrentarte a Monkey Dust es como hacerlo con un puzzle sin tapa, una caja completamente blanca, descubierta, llena con miles de piezas. Cuando ves el primer capítulo no entiendes nada, te preguntas si en realidad todo esto está sujeto a algún orden y te encomiendas a creer que todas las piezas pertenecen a un objetivo común. Desde luego te sientes obligado a ver de inmediato el segundo episodio. Ahora parece evidente que todo pertenece al mismo conjunto, pero no acaba de quedar claro el fin. Mejor ver el tercero. Tienes una ligera sensación de déjà vu, esto ya lo has visto antes. En el cuarto algo ha cambiado. En el quinto, la sensación de déjà vu desaparece. El sexto, el puzzle se ha terminado, ya puedes ver la imagen, ahora lo entiendes todo, suena Sunrise de Pulp.
Ya conoces la relación entre un padre divorciado suicida, su hijo Timmy, un genio del rebranding sobrerretribuído, un marido infiel apropiacionista, el asesino de la fresquera, David Baddiel, la rueda de prensa de una "desaparición" demasiado parecida a la de Madelaine Mc Cann, un taxista hindú pesado, los pervertidos de internet, unos pseudointelectuales, un marica de baño deseando comerse una polla, tus recientes sueños homosexuales, los negocios que cambian a nuestro alrededor con nosotros dentro, un actor de la vieja escuela con voz de robot, Sven Göran-Eriksson entre la multitud y una becaria incompetente. Aunque es probable que no puedas explicarlo.
Monkey Dust fue creada por Harry Thompson y Shaun Pye, la primera temporada salió al aire el 9 de febrero de 2003 en la cadena BBC 3. La desarrollaron varios estudios simultáneamente, entre los que se encuentran Slinky Pctures, Nexus Productions, Sherbert Animation o Picasso Pictures , lo que nos permite ver a los mismos personajes bajo distintas concepciones, incluso en el mismo capítulo. La forma perfecta para la narrativa fragmentada de esta serie. Su estructura funciona como un truco de magia, la repetición de la acción crea un patrón de relleno en tu cerebro y de repente… ¡tachán! Todo ha cambiado.
Antes de devolverte al público el ilusionista te ofrece olisquear la flor de su ojal, aceptas encantado, consciente del chorro de agua que te espera, está vez no habrá sorpresa, pero te vuelves a equivocar, la flor escupe ácido a tu cara.
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