Si algo dota de congruencia como obra a La Invención de Hugo (Martin Scorsese), representando casi una excepción en este tipo de productos, es que el uso del cine tridimensional se encuentra totalmente acreditado, no por el hecho de diseñar una coartada posterior mediante un calculado trabajo de planificación, profundidad y disposición de los elementos compositivos, algo que ya la distanciaría de sus congéneres, sino porque la propia historia en cierto modo exige ser rodada de esta manera. La introducción de Méliès como personaje, pionero de un cine entendido como ilusión, como artilugio, como artificio espectacular entronca de forma ideal con el uso de las tres dimensiones, llegando a replantearse sus escenografías, gigantescos dioramas fantastique, como una retroproyección, un rudimento del actual cine tridimensional.
Tampoco carece de sentido, aunque pueda resultar extraña, la elección de Martin Scorsese como director. Director que en este caso no se sube al carro de una moda que se intuye cada vez más pasajera y aunque es probable que por encargo cree y defiende firmemente la coherencia estético-narrativa que encierra el uso de las tres dimensiones en este caso. La serie de documentales "A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies" (Martin Scorsese, Michael Henry Wilson) revela a un Scorsese que adolece de cierta devoción juvenil por André de Toth pionero con "House of Wax" en la primera oleada de cine tridimensional que la industria lanzó como salvavidas de la por entonces amenaza televisiva. Igualmente en ellos se delata como un apasionado del cine, de un cine que reclama una autoría sin olvidar el entretenimiento, algo que en esta ocasión intenta poner en práctica, aunque por momentos buscando ese equilibrio su personalidad se diluya y naufrague hacia el pastiche jeunetesco. Puede que en estas derivas se muestre la inexperiencia y el pecado de la estrategia simple a la hora de abordar un producto familiar, y es posible que el filme sea más efectivo como discurso cinematográfico nostálgico, su punto fuerte, que como fábula actual para todos los públicos.
Hugo nace como canto de amor al cine en si mismo y a los mecanismos que encierra y como tal debe disfrutarse, aunque sus personajes pequen de cierta arquetipación un tanto cuentista planteada desde la unidireccionalidad moderna, minusvalía que su guionista John Logan o bien no supo curar, si es que adolece de tal, o incluso añadió a la obra original, la novela "The Invention of Hugo Cabret" del multilaureado escritor infantil Brian Selznick (descendiente indirecto de David O. Selznick). Obra que a su vez desprende un halo más neobarroco, más goticista, una concepción decimonónica en apariencia menos clasicista que la que se nos brinda, y es que puede que la reformulación en un contexto posmoderno de Méliès al igual que solicita espiritualmente las tres dimensiones, también solicite un prisma mas férique, más gilliamesco pero sin sus excesos siniestros. Una mirada de apariencia oscura pero no retorcida, una representación del artilugio mecánico grotesca, una concepción del melodrama más estética que narrativa, una visión más burtonesca, visión que a día de hoy ni el propio Burton conserva.
Publicado en Cinecritico
Nota: Una de las últimas anotaciones del libro "Bela Lugosi. Biografía de una metamorfosis" de Edgar Lander explica la creación de un autómata escribano por parte de Pierre Jaquet-Droz (actual casa de relojes) y su hijo Henry Louis, posible inspiración real del autómata del film, creación que probablemente resultará usurpada en la cultura popular por Méliès gracias a esta película.
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