"L´Illusioniste" (2010)



L´Illusionniste nace como proyecto tras la intentona de Sylvain Chomet de llevar al dibujo animado Jour de Fête (Día de fiesta, 1949), primera incursión en el largo de Jacques Tati. Tras el enorme éxito (sobre todo en tierras galas) de la multilaureada Les Triplettes de Belleville (Bienvenidos a Belleville, 2003), entró en contacto con la hija del cómico, Sophie Tatischeff (verdadero apellido de la familia, apellido que comparten con el mago protagonista del film) y ésta le propuso recuperar un guión aparcado por su padre, quien lo consideraba excesivamente amargo, acuñado con la aséptica leyenda "Film Tati Nº 4".

Cuenta la versión oficial que el libreto es una disculpa en forma de regalo de Tati a su pequeña, discurso que constata la dedicatoria que introduce los títulos de crédito. Pero se alzan voces disonantes por parte de la familia ilegítima del francés, descendientes de la espuria primogénita no reconocida achacan la culpa que subyace en el film al desentendimiento hacia ésta en lugar de la otra. Disputa familiar que poco importa, ya que, la verdad, al margen de quien sea el objeto pasivo del incumplimiento, es cierto que en este film palpita una constante y extraña sensación de estar fuera de situación. Táctica angular de la comedia de Tati, heredada de los grandes del cine mudo, si hablamos de cine, o de la cruda realidad si hablamos de lo que existe desde antes del cine. Pero esta vez esa sensación de desplazamiento, de falta de oportunidad, adquiere aires de fin de ciclo, de quedarse atrás. Un fin que comienza desde el principio, una constante caída, durante años, la crisis como vida, una sensación casi metafísica de extemporaneidad.

No creo que sea una actitud nostálgica, sino un alegato sin palabras, que no mudo, de alguien para quien el discurso hablado no es la mejor manera de dar explicaciones, alguien que creía que las imágenes hablan por si solas, y no todas son dulces. No recuerdo quien, dijo que la nostalgia es conformismo en pretérito, y en L´Illusionniste late más una sensación de disgusto con un pasado irresoluble que una defensa de que los tiempos pasados fueron mejores. La película transcurre, de hecho, en presente y los personajes avanzan con nosotros durante largo tiempo, el simple hecho de estar enmarcados, como espectadores, en este momento es el que nos puede hacer caer en la trampa del discurso añorante.

Pero es probable que la ambientación espacio-temporal solo sea, un claro ejemplo más, del respeto de Chomet por la idea original de Tati. De hecho es difícil diferenciar donde comienza uno y termina el otro. Los personajes principales pierden, por ejemplo, caricaturismo en comparación con la anterior obra del director, aunque algunas pinceladas grotescas que recuerdan a Les Triplettes adornan varios de los secundarios. De hecho, si uno recurre a la ópera prima de Sylvian Chomet, es evidente el influjo de Tati: ausencia de diálogos, situaciones de comedia física múltiples en planos generales, la onomatopeyas como tónica del detalle, la crítica social. En estos lugares comunes se ampara el autor para desenvolverse de forma correcta sin traicionarse, ni a si mismo, ni traicionar al adaptado. Es cierto que el espíritu de Tati emana de su reencarnación animada hasta el punto de poseer toda la pantalla, en el más estricto sentido de la expresión, por ejemplo, cuando una proyección intradiegética de Mon Oncle (Mi tío, 1958) se adueña del momento, funcionando el cine como espejo de un Tati que huye y se encuentra consigo mismo huyendo. Pero quienes quieran ver más allá de los fuegos de artificio que hay en todo homenaje, podrán ver que Chomet nos muestra una figura triste, incapaz de expresarse, que prefiere dejar que la acción continúe a traicionarla con palabras.
Publicado en Cinecritico

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