Al rastrear las dos primeras películas de Nacho Vigalondo en busca de interferencias, uno puede encontrar alguna que otra referencia exógena. En el caso de Los Cronocrimenes existe cierto paralelismo en la fase inicial del relato con la no muy conocida pero bastante interesante Retroactive. Principalmente la semejanza estriba en como ambos protagonistas acaban llegando hasta las instalaciones científicas donde viajarán en el tiempo huyendo a la carrera, víctimas de una amenazante persecución a pie que puede resultar fatal y que se desarrolla a través de un paraje deshabitado. Semejantes instalaciones se encuentran curiosamente guardadas por un solo tipo que está pasando allí el fin de semana, quien activa el dispositivo por error ocasionando el viaje al pasado de forma accidental. El planteamiento de la relación "cientifico" - "cobaya" es parejo y por lo tanto el vínculo que se establece entre los personajes en ambas películas también. Cabe destacar en un plano estrictamente formal que la penetración de ambos "viajeros accidentales" al recinto se produce saltando una valla metálica rematada por un alambre de espino. Pero donde la heroína de Retroactive ejecuta una maniobra impecable, el torpe Héctor de Vigalondo se mete una ostia como un piano. Y es que a pesar del acercamiento estructural que pueda existir entre ambas obras hasta aquí llega toda semejanza, ya que, resultan esencialmente antitéticas. Sirva esta escena como paradigma de como se desarrollan, podríamos decir, en universos paralelos, por usar un símil que no nos desvíe del viaje temporal. Porque donde Retroactive se define como una especie de Los Cronocrimenes dirigida por el Tony Scott de los 90 con resultados mucho más satisfactorio que el Déjà vu del propio Scott, la ópera prima de Vigalondo explora y ahonda en el patetismo humano y el cariz antiheroíco que de éste emana, uno de sus rasgos fundamentales como veremos más adelante. Por otro lado ya que sacamos el tema de los universos paralelos, en Retroactive se especula con un viaje al pasado de infinitas líneas temporales, prueba de ello es que la protagonista nunca se encuentra consigo misma, mientras que en Los Cronocrímenes se presenta una única línea temporal, creando una obra más compleja, profunda y evidentemente "redonda".
Rebis contra La momia rosa. |
Como apunte formal también añadir el parecido, probablemente inintencionado, de "la momia rosa" de Vigalondo con el Rebis de Grant Morrison personaje nacido como fusión de tres personalidades (proceso inverso al de Héctor, una personalidad escindida en tres avatares) en las páginas del cómic Doom Patrol, con quien también comparte la característica de ser un Uróboros.
En lo que atañe a Extraterrestre la referencia externa más interesante y probablemente tampoco deliberada es la que se establece con el capítulo La Burbuja de la serie Verano Azul. Uno de los últimos coletazos dentro del oceáno de lo fantástico de quien comenzó como un firme representante del género en un campo prácticamente yermo en la España de entonces, Antonio Mercero. Quien en su momento destacó por abordar la temática a través de un prisma insólitamente costumbrista, rasgo que acentúa el paralelismo con el director cántabro en un acercamiento general. En lo particular este episodio comparte con el Extraterrestre de Vigalondo, e incluso con su cortometraje Domingo, el plasmar un encuentro alienígena centrando el foco de atención en el testigo en lugar de en el evento. De nuevo Vigalondo incide más en como esto afecta a los personajes que en la espectacularidad del hecho en si. El concepto del observador observado a través de un prisma naturalista, incluso casi costumbrista de lo insólito, algo que como decimos comparte claramente con el Mercero original. Esperemos que la carrera del de Cabezón de la Sal no discurra por los mismos derroteros que la de éste y del que otrora fue su compinche en los campos del fantaterror patrio, José Luis Garci.
Pero a pesar de que existen ciertas interferencias exteriores en sus dos primeras películas, donde uno encuentra más similitudes es en su comparación entre ellas, por insólito que pueda parecer a muchos. Empezando por lo temático, ambas películas presentan un protagonista impulsado por un sentimiento de culpa que halla su catalizador en una pulsión de infidelidad dentro del modelo romántico monógamo. Algo muy latino en el concepto de lo católico desde luego. Ambas exploran el sentido de no pertenencia, del mismo modo que el Héctor de Los Cronocrímenes se "cuela" en unas instalaciones científicas vedadas, el Julio de Extraterrestre hace lo propio con una relación ajena. Presentan una situación que se presume titánica para la capacidad mediocre que el protagonista aprecia de si mismo, el leitmotiv hitchckokiano del "hombre normal envuelto en una situación extraordinaria" filtrado a través de la falta de autoestima y la neurosis. No en vano su Extraterrestre cosechó críticas donde se comparaba con la obra de un maestro en el campo de la neurastenia, Woody Allen. Todo esto se traduce en una marcada sensación de fatalidad y falta de control sobre el destino, de nuevo un rasgo muy católico y por lo tanto genuinamente español. Trascendental sentimiento de culpa potenciado por una ya mencionada otredad suprema que observa al observador, el observador observado, concepto que por lo que parece también se repite en su nueva película. Una gigantesca nave nodriza sobre el cielo de Madrid que a su vez soporta la constante vigilancia de una videocámara, un insoportable Carlos Areces como vecino de enfrente que a su vez soporta la constante videovigilancia de nuevo, un ente que no existe y que Héctor busca patéticamente a su espalda antes de atreverse a romper un cristal de una pedrada, uno mismo devolviéndose el gesto de buscar con unos prismáticos después de haber viajado en el tiempo. Porque de hecho ese gran Otro observador que se manifiesta de forma exógena brota en realidad de un germen interior, uno mismo como su propio enemigo o antagonista y principal saboteador, Héctor 1 vs. Héctor 2, Vigalondo 1 vs. Vigalondo 2, Los Cronocrímenes vs. Extraterrestre. Una delicia para la escuela psicoanalítica de la crítica cultural.
Personalmente adoro cuando se establece un paralelismo entre forma y discurso y considero que en el caso de Los Cronocrímenes hay un ejemplo magistral en el desarrollo parejo del deterioro corporal y moral de Héctor, su deshumanización y conversión en monstruo a través de una metamorfosis física grotesca cincelada a través de la constante lesión violenta. Algo que alcanza una bizarra correspondencia extradeigética en el paulatino proceso catarral que crece en Nacho Vigalondo a medida que narra el maravilloso y muy recomendable audiocomentario de la película. Muchos de los rasgos temáticos antes presentados se manifiestan de hecho también en lo formal en ambas películas. El concepto de mediocridad entendido como medianía o regularidad se traduce en el caso de Los Cronocrímenes en su rodaje en 16 mm. Entendiendo este estándar no como el habitual sino como el intermedio en un rodaje en celuloide, a medio camino entre los 8 mm., paradigma antaño de lo amauter en lo tocante a producción y lo doméstco en cuanto a distribución, y los 35 mm. embajador de este soporte en el ámbito profesional. Destacar en este sentido un ejemplar trabajo de fotografía por parte de Flavio Martínez Labiano cuyo punto fuerte estriba en un soberbio prodigio de continuidad de una perfección tal que resulta imperceptible, pasando desapercibido y dando así lugar a la paradójica situación de nunca haber sido nominado o galardonado cuando debería considerarse una cumbre dentro de ese campo a nivel nacional. En el caso de Extraterrestre esta regularidad formal se plasma en una fotografía de poco contraste apoyada en una escenografía plana compuesta por pisos relucientemente blancos de malasañero cliente de Ikea y usuario de Mackintosh, vaporosas camisetas de colores lavados del H&M, limpios cielos azules, la horrible luz amarillenta de las farolas de Madrid y despoblados e impersonales suburbios periféricos.
Tomando las riendas. |
Coinciden también en la utilización de varios recursos temático formales que se manifiestan en apariencia como propiamente vigalondianos. A saber, cuando los protagonistas deciden tomar las riendas de la situación lo hacen mientras toman las riendas también, o más bien volantes, de dos vehículos esencial y premeditadamente, según podemos adivinar por el audiocomentario de Los Cronocrímenes, rídiculos. Un carrito de golf en el caso de Héctor y una taza de café motorizada en lo que atañe a Julio. Como confiesa el propio Vigalondo en el citado audiocomentario hay momentos en los que el guionista decide hablar por boca del personaje al llegar a una situación en la que una explicación no tendría sentido y es mejor echar balones fuera. Resulta inevitable no sospechar esta táctica cuando en el clímax de Extraterrestre su protagonista se ve interpelado por Raúl Cimas a próposito de qué motiva la invasión alienigena y este responde con un increíble "no está pensado". Y sirva como broche final el propio colofón de ambas películas rematadas prácticamente por el mismo plano. Dos personajes se seintan y esperan asumiendo la inevitabilidad del destino y su incapacidad de influir en él, cuando paradójicamente acaban de tomar el toro por los cuernos después de pasarse toda la película siendo víctima de las circunstancias. Curiosamente cuando Nacho Vigalondo se encontraba inmerso en el proceso de posproducción de Extraterrestre reflexionaba sobre la coincidencia del plano final en otras dos películas en el infamemente malogrado blog que administraba en El País.
No hay comentarios:
Publicar un comentario